Cualquiera pensaría que dirigir se reduce al hecho de tomar un grupo, diagramar un equipo en el campo, escoger quién ocupa las posiciones y pare de contar. Para ello hay que ir paso a paso, y el primer paso es escudriñar en la raíz, en la base, lo que en términos científicos podría nominarse detección o iniciación.
Sobre las ocho y diez de la mañana aproximadamente, el entrenador John Escobar ya está explicando la primera dinámica del entrenamiento. Los chicos ávidos de fútbol, a veces fogosos, escuchan con atención pese a su tentación por patear la pelota. A esa edad no interesa saber por qué el entrenador hace lo que hace y dice lo que dice, uno sólo quiere ir tras el balón, perseguirlo, darle patadas mientras el profe escoge las palabras más fáciles posibles para entregar el mensaje que desea a sus pequeños soñadores del fútbol.
A lo largo del entrenamiento, una característica notable es la variedad de actividades. En casi tres horas, el técnico se las ingenia para lograr que cada tarea impuesta a los chicos se enfile hacia la adquisición de fundamentos técnicos y su correcto uso en el juego. La repetición de los movimientos, acompañada de permanentes expresiones verbales del profesor Escobar, buscan en el niño mejorar destrezas psicomotrices. A través de reglas sencillas, el entrenador implementa acciones de conducción, pericia en el pase, control del balón y remate a la portería, entre otros gestos de orden técnico.
En el mundo del niño que integra esta categoría, los laberintos y los juegos de malabarismo completan la estructura en pro de promover inteligencia, no sólo en el juego, pues a través de la herramienta del mismo se potencializan recursos humanísticos como creatividad, toma de decisiones y responsabilidad de cada acto en beneficio del proceso personal, y en consecuencia, de los compañeros del equipo. En las postrimerías del entrenamiento, recordando al locutor colombiano Roger Araujo, el entrenador revisa situaciones, evalúa la sesión, motiva al grupo y despide con el habitual grito pincha, pincha, pincha…
Sobre las ocho y diez de la mañana aproximadamente, el entrenador John Escobar ya está explicando la primera dinámica del entrenamiento. Los chicos ávidos de fútbol, a veces fogosos, escuchan con atención pese a su tentación por patear la pelota. A esa edad no interesa saber por qué el entrenador hace lo que hace y dice lo que dice, uno sólo quiere ir tras el balón, perseguirlo, darle patadas mientras el profe escoge las palabras más fáciles posibles para entregar el mensaje que desea a sus pequeños soñadores del fútbol.
A lo largo del entrenamiento, una característica notable es la variedad de actividades. En casi tres horas, el técnico se las ingenia para lograr que cada tarea impuesta a los chicos se enfile hacia la adquisición de fundamentos técnicos y su correcto uso en el juego. La repetición de los movimientos, acompañada de permanentes expresiones verbales del profesor Escobar, buscan en el niño mejorar destrezas psicomotrices. A través de reglas sencillas, el entrenador implementa acciones de conducción, pericia en el pase, control del balón y remate a la portería, entre otros gestos de orden técnico.
En el mundo del niño que integra esta categoría, los laberintos y los juegos de malabarismo completan la estructura en pro de promover inteligencia, no sólo en el juego, pues a través de la herramienta del mismo se potencializan recursos humanísticos como creatividad, toma de decisiones y responsabilidad de cada acto en beneficio del proceso personal, y en consecuencia, de los compañeros del equipo. En las postrimerías del entrenamiento, recordando al locutor colombiano Roger Araujo, el entrenador revisa situaciones, evalúa la sesión, motiva al grupo y despide con el habitual grito pincha, pincha, pincha…
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