jueves, 4 de agosto de 2011

Opinopincha





Venezuela, cuatro meses atrás. Se enfrentaban Estudiantes de Mérida y Deportivo Anzoátegui. Algún sector de la prensa venezolana apostaba el triunfo por el primero, contrario al segundo equipo, por quien no daban un peso. Por fortuna el fútbol es impredecible y nos pone a pensar, a tragarnos nuestras prédicas. Si en la repisa está dibujado el espectro de un juego donde uno nunca ve los goles, en la realidad los jugadores deciden cómo será el show, si habrán goles o no... Si en la Copa América pocos esperaban un Perú-Venezuela disputando el tercer puesto por encima de Brasil o el mismo Chile, quien para mi gusto mereció un mejor posicionamiento en el torneo, cada campeonato se entorpece en sus estadísticas porque el presente muestra que se han nivelado tanto las cargas como los guayos. El jugador peruano es más consciente de su historia en el fútbol, el futbolista ha ido entendiendo que 11 jugadores pueden superar a otros 11 por destreza técnica, capacidad física y resistencia psicológica, así sus colegas porten la casaca de Argentina o de Brasil.

En ese partido del fútbol venezolano, cuentan que el entrenador Rafael Santana (ex futbolista que convirtió el primer gol de Venezuela en una Copa América) entró en crisis, o mejor dicho, en un estado de incredulidad, de suspensión de juicio. Escéptico de su táctica, del recurso de sus jugadores y con la impotencia hecha carne al presenciar un 0-3 como local en 58 minutos transcurridos de partido, hizo algo poco usual: sustituir al guardameta.

Pese a la furia del cancerbero Rafael Romo, quien se retiró no sólo de la cancha sino también del estadio, queda ese desafío al hincha y al seguidor del fútbol de razonar cómo es de diferente experimentar el fútbol desde la planta baja. Si los hinchas de Estudiantes de Mérida enloquecían por la paliza que recibían del visitante, no me quiero imaginar sus rostros de amargura esperando el ingreso de un atacante desde la lógica de un alma fanática, donde es poco probable que un golero anote sólo por acatar su castigo de cuidar la portería. Pero como el fútbol no es un secreto para nadie, resulta algo más misterioso e incierto: podría ser un asunto de fe, pero no esa fe proveniente de fuerzas divinas, sino de creer en la posibilidad de que el pensamiento de un entrenador, sumado a las habilidades del jugador, ambos procesos sometidos a un laboratorio llamado ‘entrenamiento’, se sintonicen desde la cabeza hasta los pies justo en la hora del juego.





Carlos Andrés Escobar

Psicólogo



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