jueves, 31 de mayo de 2012

Pinchacrónica


SINGULARIDAD vs ABSOLUTISMO


No es novedad que el fútbol en sí mismo opera como uno de tantos disparadores del opinadero público en nuestra sociedad colombiana, sirviendo como pretexto perfecto de las malas lenguas (en términos de Vives y las costumbres de su tierra) para resaltar primeramente los defectos por encima las virtudes. Para el contexto del torneo Liga de Bogotá, los equipos de Estudiantes que actualmente compiten no están exentos de ello. 

Algunos se atreven a decir que estos grupos juegan igual en todas las categorías y que los resultados obtenidos lo sustentan. Esta postura resulta cómoda para quienes pregonan verdades absolutas desde el paradigma donde siempre gana el equipo que mejor juega, y el que mejor juega es quien toca mayor número de veces el balón. Recuerdo al golero Jorge Rayo declarar en alguna ocasión cuando juagaba para Deportivo Cali: “es cierto que hoy me equivoqué, pero que analicen por qué en esa jugada tiré los pies y no las manos. O entonces pregúntele al preparador de arqueros”. Bien lo dijo alguna vez Eduardo Retat la última vez que dirigió a Unión Magdalena: “acá cualquiera es técnico así nunca haya visto un entrenamiento”.

Paseando por los juegos disputados en las últimas dos semanas, no es difícil concluir que, tristemente, el fútbol para algunos sigue siendo la excusa “culturalmente legitimada” para desahogarse de calvarios que se viven en el interior, creyendo que “todo se vale dentro del juego”. El fin de semana pasado, por ejemplo, veía cómo un entrenador imprecaba reiteradamente a un mismo jugador como si de ese niño, apenas en formación y con deseos de divertirse, dependiera su éxito y el de sus compañeros. También se ven cosas como éstas: un padre en estado de embriaguez discutiéndole al entrenador por sus métodos. Me preguntaba, ¿acaso un entrenador tiene la culpa de que existan padres irresponsables? ¿Es su función cubrir cosas que deberían aprenderse en casa o en el colegio? Porque si es así, entonces hablaríamos de verdaderos colegios de fútbol que actúen como toderos. A veces se olvida con cierta displicencia que se trata de un deporte, un juego, no un campo de batalla al estilo de las guerras médicas o las napoleónicas, esas con sangre derramada que habitan en los libros de historia. O no vayamos más lejos: las violencias que ocurren a diario a media cuadra de donde vivimos. No obstante, ciertos actores que rodean las canchas durante estos partidos insisten en la carnicería de ese fútbol que a veces atestiguamos por la televisión.

Tal vez por ello sea favorable aproximarse a perspectivas singulares que estén más cercanas a ciertos detalles, a cosas pequeñas con alto sentido pedagógico, aquellas apenas notorias y casi imperceptibles para ojos viciados, en lugar de vanagloriarse de falsas grandezas y absolutismos atestados de lenguaje popular agresivo, poco ejemplar y en contravía de un fútbol como escenario para construir ciudadanos. Es más valioso perder 10-1 y reconocer que el rival fue un digno vencedor con un estrechón de manos en lugar de emprenderla contra el entrenador por haber banqueado al que siempre llega tarde, o murmurar que el técnico dirige mal porque intenta darle oportunidad a todos para que jueguen, cuando afuera se rasgan las vestiduras calificando al DT como bruto porque saca al mejor jugador de la cancha; es plausible en determinados casos analizar cómo un entrenador enseña a no cometer infracciones en zonas riesgosas dentro de su plan preventivo frente al juego en lugar de denigrar a unos adolescentes árbitros que a duras penas conocen aspectos básicos del reglamento dentro de un deporte cuya federación actúa como entidad independiente (casi sin contraloría) y su sistema arbitral tanto en la rama profesional como en la aficionada carece de formalidad en sus procedimientos contractuales, en resumen, un arbitraje no profesionalizado.

Por estas razones y muchas otras es insulso en estos campeonatos tomar las actitudes del hincha común consumido en el fervor, pues en términos de formación, contribuye muy poco al desarrollo psicosocial de cualquiera de estos alumnos. Los lectores podrían pensar que esta crónica está acomodada intencionalmente para no revelar resultados adversos en lo deportivo. Pero volviendo a la corte absolutista del fútbol, si para éste aplica que cada quien ve lo que quiere ver y oye lo que quiere oír, en las crónicas también aplica. ¿Acaso el periodista cuenta la verdad de las cosas, o cuenta lo que su subjetividad quiere orientar en su comunicado? Porque si se trata de hacer valoraciones estrictamente deportivas, entonces lo más fácil en esta columna sería cantar el corito celestial aburridor que suena en el estadio incubado desde la entraña de esos delincuentes disfrazados de hinchas, ese que dice “que se vayan todos y que no quede nadie”.

Empero, por si acaso alguien lo olvidó, esto no es la Liga Postobón ni la Eurocopa de naciones, intentamos aportar a la preparación integral de nuestros gobernantes del mañana en un ejercicio pedagógico donde competir implica entre otras cosas, más que ganar partidos para vitrinear copas y embalsamarse como los mejores del mundo, un proceso de adquisición de habilidades y estrategias de afrontamiento ante diversas circunstancias (buenas, malas, eso lo define cada quién según su experiencia). Y aunque duele perder, porque es doloroso oír comentarios como “es que a esa escuela le hace falta”, es preferible rescatar esas pequeñas grandezas que suman, como por ejemplo ver niños que luchan en medio de la adversidad, que animan al compañero cuando está anímicamente caído, o niños que anteriormente uno oía hasta de sus mismos familiares que nunca detendrían un balón en movimiento y hoy no sólo recepcionan sino que lo saben dirigir tras haber practicado durante varios años.

Para quienes se sitúan en el absolutismo, es más escandaloso ver aquel niño que remató desviado al arco y perdió la mejor opción de ganar la contienda al niño que sale del campo acongojado y deprimido porque las cosas no le salieron bien. Para quienes intentan detectar las simplezas, inmersas entre la complejidad de este deporte, importa más conocer el estado de salud de un niño que se parte una pierna que el resultado del juego, así el lesionado o la lesionada sea del equipo rival.

Por fortuna para Estudiantes Colombia y su proceso como escuela, el pensamiento estratégico de sus formadores está más cerca de lo singular que de la convención, de su autocrítica que conduce a la sensatez y de la responsabilidad social que conlleva a la integralidad. Los trofeos pueden esperar, cultivar valores no.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente reflexión. No pierdan el rumbo, y siempre recuérdenlo a los demás